Hasta el momento no me he referido a
ninguna persona por su nombre, aunque esto dificulte la redacción, y por lo
tanto la comprensión. Pero ahora no puedo evitar mencionar a alguien, aunque no
por su nombre, pero si como familiarmente lo llamábamos: Wantoo.
No todos los que lo conocieron lo llamaban
así, y digo conocieron porque él nos dejo algún tiempo atrás. Es un poco
doloroso recordar que no lo veré más, pero tengo la satisfacción de saber que
es una de las personas más ocurrentes que conozco. En mi mente aún está en
presente.
Lo conocí cómo a todo mi grupo en primaria,
y fue de los cuatro originales. Él siempre fue el más creativo. Escribía
cuentos, canciones, poemas, criticas de cine y de música. Cuando quería presentarnos
alguna nueva producción suya, nos llamaba para una “velada artística”. Recuerdo
gratamente un cuento suyo, creo que fue el primero, titulado “El paquete azul”,
sus canciones “No me hagas sentir tan mal” y “Nacido sudamericano”, las
recuerdo porque las tocamos.
Mucho de lo que se de cine se lo debo a él.
Al final de una película me podía dar detalles que yo no había percibido. Más
de una vez acertó con las ganadoras del Oscar, o los Grammy. Le apasionaba
hablar de estos temas. Aunque no compartíamos los mismos géneros musicales,
siempre respeté sus críticas sobre lo que me gustaba.
Su vida podía sonar muy bien, pero no lo
era. No pudo estudiar después del colegio. Su madre murió cuando estábamos en
tercero de secundaria, y su padre, con quien no vivía, falleció poco tiempo
después. Vivió solo con su hermano mayor. Se vio obligado a trabajar e hizo de
todo, incluso trabajó en la morgue de un
hospital. Creo que estas cosas formaron su carácter.
De niño tenía una forma muy particular de
correr, y por eso lo molestábamos. Ahora que lo recuerdo, fuimos muy crueles
con él. Ya más grandes, ya no solo era su forma de correr, sino otros hechos
los que nos hacían dudar de su opción sexual, pero a pesar de la confianza que
le teníamos, nunca se lo preguntamos directamente, solo nuestros comentarios
agriamente homofóbicos. Nunca le dimos la confianza para que nos pudiera
confesar lo que sentía. Esa es una de las cosas que más me arrepiento en esta
vida.
Años después, varios nos mudamos a otros
barrios, y lo veíamos muy poco. En sus cumpleaños siempre nos decía que hacía
una reunión para nosotros, y otra para sus otros amigos. Nunca pensé nada malo
de eso, supuse que hablaba de sus patas del trabajo.
La última vez que lo vi fue en mi casa.
Llegué del trabajo y lo encontré allí, hablando de sus proyectos futuros, lo vi
bien, optimista, le presenté a mi hijo recién nacido, y hablamos un rato. Unas
semanas después, nos reunimos los otros y como era obvio, faltaba uno, entonces
fuimos a buscarlo a su casa. No había nadie, así que dejamos una nota bajo su
puerta. Dos días después, un primo suyo nos llamó para decirnos que había
muerto.
Nos reencontramos en el velorio. Fue una
sensación muy extraña, como haber perdido un brazo. No quise verlo en su ataúd,
él era la persona más viva que conocí, y definitivamente no era el objeto
inerte que reposaba dentro de esa caja, así que me llevaré el recuerdo de su
vida, no de su muerte.
Esa noche al regresar abrumado a mi casa,
me acosté pensando en la fragilidad de la vida, en lo que el mundo había perdido, y me quedé dormido y
tuve el sueño más real que hasta ahora he tenido. Llegaba a mi casa volviendo
del velorio, y al abrir la puerta lo vi en mi sala cargando a mi hijo, el bebé
reía y él también, y le dije sorprendido “¡pero vengo de tu velorio, cómo es
posible!”, y él me dijo: no estoy muerto, estoy bien, no te preocupes por mí.
Aún en mi sueño corrí al teléfono para llamar a los demás. Al despertar tuve
que analizar muy bien para separar mi sueño de la realidad.
En el entierro comprendí muchas cosas, creo
que los únicos heterosexuales que fuimos éramos nosotros y su hermano. Lo
comprendí muy tarde.
Algunos meses después nos reunimos en mi
casa, después de unos tragos fue inevitable no recordarlo. Creo que el
sentimiento de culpa nos abrumo simultáneamente. Nos abrazamos y las lágrimas
brotaron. No lloro fácilmente, pero Wantoo merecía mi llanto como ahora merece mi
sonrisa.
Ya nos veremos Wantoo, espero que desde
donde estas puedas criticar este blog.