
Por aquellos días parecía conformarme con verlo desde el
techo de mi casa, o por televisión, ya que no tenía planes para salir de Lima
en busca del fenómeno celeste.
El día que debía pasar el cometa fue otro día cualquiera,
hasta que a medio día uno de mis patas de mi grupo original me buscó y me
propuso ir de campamento a algún lado, yo propuse Santa Rosa de Quives. Con las mismas buscamos a otro miembro del
grupo, y éste tenía la visita de un pata de su Universidad, quien se quiso
acoplar, así que nos dispusimos a organizar el viaje. Aunque ya no teníamos
tiempo, en solo un par de horas alistamos nuestras cosas, la comida y lo más
importante, el trago. Salimos de Lima a las 4 de la tarde, en un viaje un tanto
accidentado, muchas personas viajaban, así que el bus iba lleno y por lo tanto
viajamos parados, bueno, sentados sobre nuestras mochilas.

Salimos del pueblo y un grupo nos seguía, creo que para
asegurarse que nos íbamos. En ese momento oscureció, y tuvimos que decidir qué
hacer. De nuestro grupo, dos no habían
llevado nada de comer, porque esperaban comprar algo, y como a Yaso no
volvíamos más, entonces empezamos a caminar hacia Santa Rosa. Nos dimos cuenta
que nadie había llevado linterna, así que caminamos “a tientas” por más de dos
horas. Fue algo tenebroso ya que aún teníamos la sensación que nos estaba
siguiendo, porque se escuchaban pasos lejanos, murmullos en una carretera
totalmente vacía y la oscuridad ayudaba a nuestros temores. Empezamos a ver la
luz de nuestro destino y nos dimos cuenta que parecía una feria, lleno de
carpas y gente, así que comimos algo y nos dispusimos a esperar el paso del
cometa, y para amenizar la espera salieron a relucir las botellas de ron que
habíamos llevado.

Regresamos a casa cabizbajos, con la optimista creencia que
veríamos el cometa la siguiente vez que regresara, el 2061.