Cuando aún estaba en el colegio, íbamos a celebrar año nuevo
con unos amigos. Quedamos en ir varios patas al Rímac, pero éstos fallaron y
nunca llegaron, así que solamente me encontré con uno. Él me presentó a dos
amigos suyos. Con el poco dinero que
tenía compré el trago que me gustaba entonces: Macerado de Coco, un licor
asqueroso que ahora no se lo recomendaría a nadie. Empezamos a tomar en un
parque, y yo algo corto ante estos patas desconocidos, pero el trago tiene la
ventaja de convertirlos rápidamente en tus mejores amigos, y si bien, esto
último no pasó, si nos caímos bien.
Después de haber terminado las dos botellas que pude
comprar, les dije que ahora era su turno, pero me dijeron que estaban “misios”
y por lo tanto era el fin de mi anunciada “primera borrachera”. Aunque ya había
estado ebrio una vez y solo con un par de tragos, ésta era mi oportunidad de
tomar “como Dios manda”, pero mis planes se veían frustrados. Otra vez el
destino burlándose de mí.
Al ir caminando por las calles de ese populoso distrito, uno
de nosotros se encontró con un amigo y éste nos invito a tomar unas chelas. En la
última casa del callejón más tenebroso que me hubiera imaginado, había una
chingana, y para coronar mi temor, se produjo un apagón.
Con la luz de unas velas y unas canchitas que la señora de
la tienda muy amablemente nos invitó (que reemplazó al pavo y al lechón),
empezó el nuevo año y llegó con chelas. Hablábamos
de todo, hasta que nos dijo éste pata
que nos ponía el trago: “vamos a casa de unos amigos, está aquí, a la vuelta”, así
que todos nos enrumbamos para ahí. Milagrosamente, la “luz” regresó en ese
momento, sino lo que les cuento a continuación, no tendría sentido.
Al llegar a esa casa fue grande mi sorpresa cuando vi que allí
había un grupo de rock tocando, eran
cuatro patas y una chica que tocaba el teclado. Ella llevaba una minifalda
inolvidable aunque solo superado por su talento con las teclas. Esa fue una visión, y no me refiero a las
piernas de la chica en cuestión, sino al hecho de estar en el ensayo de un
grupo. A esa edad uno es más
impresionable, así que esto contribuyó a mi gusto por la música. Su repertorio,
ahora que lo recuerdo, era simple, covers de moda, pero escucharlos en vivo era
otra cosa.
El anfitrión muy amablemente nos dijo que tomáramos la
cerveza que había en la refrigeradora. Parece que le agrado que de pronto,
tuvieran público. Al dirigirme a la cocina vi que el refrigerador estaba lleno
de cerveza, ya no cabía una más, así que con confianza y conchudez, me dispuse
a culminar mis planes de esa noche.
Ya relativamente ebrio, le dije a uno de mis nuevos patas
que trajera más cerveza y al regresar me dijo que solo quedaba una. Con la poca
lucidez que aun mantenía, decidí que era momento del adiós, ya que acto seguido
harían la “chancha” para comprar más trago y nuestra situación hubiera sido muy
incómoda.
No sé qué hora era, pero aún estaba oscuro, nos fuimos a un
parque, me recosté en el pasto y al abrir los ojos, ya era de día y un perro
amenazaba con orinarme.
Me levanté, me despedí de mis nuevos patas, de los cuales no
recuerdo ni su nombre, y me fui a casa, con la sensación que haber vivido el
rock and roll.
Dos años después, con uno de los amigos que nunca llegó,
formamos un grupo de rock.
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