Ya se imaginarán que voy a referirme al
séptimo arte, pero no exactamente. Quiero tratar del lugar físico donde se
exhiben las películas, y para esto tengo que remontarme a los años setenta.
Por esos
años mis padres solían llevarnos, a mis hermanos y a mí al cine.
Recuerdo que muchas veces mi papá salía mucho antes que nosotros para “ir
haciendo cola”, ya que éstas podían tener más de una cuadra, y existían los
vendedores de cola y revendedores, personajes que ya no se ven actualmente. Los
cines que nos llevaban eran en el centro de Lima: “Tacna”,” Metro”, “República”,
“San Martin”,” Adán y Eva”, y otros más.
Las películas que más recuerdo son “Los
diez mandamientos”, “Aeropuerto”, “Infierno en la Torre”, “La aventura del
Poseidón”, “La batalla de Midway”, “Tiburón”, etc. Mis padres me iniciaron en
este arte y luego seguí por cuenta propia.
Cerca a mi casa existía un cine de barrio,
a quien le agradezco su existencia. Era el famoso cine “Túpac Amaru”, y digo
agradezco porque el precio de las entradas era bastante asequible, es como si ahora
costara 2 soles, o menos, aunque contaba con tarifa diferenciada ya que tenía
tres categorías con dos salas: Norte y Sur. La sala Sur presentaba tres plataformas:
Platea, que contaba con bancas de madera, no eran butacas, así que era difícil
calcular la capacidad, ya que la gente se “apegaba” y entraban mas. Creo que
los cobradores de combi sacaron el término de aquí. Luego estaba Mezzanine, la
sala ficha, con butacas individuales, mucho más pequeña que platea, y por
ultimo Balcón, con bancas también pero algunas sin respaldar, ésta era la sala más barata, el precio era
casi “tu voluntad”. La sala Norte solo era mezzanine.
Éste era el cine más grande que he visto en mi vida, la sala sur tenía una
capacidad de dos mil personas o más, y contaba con un servicio al espectador
único en su tiempo. Cuando mirabas tranquilamente tu película favorita, podías
gritar: “¡¡¡canchita!!! y un patín se acercaba y te entregaba una bolsita del
snack favorito de los cines, además ofrecían gelatina en bolsa, no solían vender
gaseosa, o a veces, pero en bolsa, ya que alguno desadaptados lanzaban las
botellas (una vez me cayó en la cabeza una bolsa de gaseosa y agradecí el hecho
de no ser una botella).
Algunos espectadores de Balcón solían pasarse
a Mezzanine, para ello tenían que bajar por una pared de una altura de unos 5
metros. Fui testigo excepcional de una
caída. Un pata al intentar bajar, cayó pesadamente sobre las butacas de madera
y se sacó la ñoña y los empleados de cine, lejos de auxiliarlo lo terminaron de
gomear.
Como las películas de estreno tardaban
mucho en llegar a esta sala, solían pasar algunas clásicas, sin mayor
publicidad, es así como sin querer, aprendí el gusto por las películas de
culto.
El día que hice mi primera comunión,
supongo que a los once años, al regresar de la iglesia con mis padres y
padrinos vi que proyectaban en esta sala “Encuentros cercanos del tercer tipo”,
película que esperaba su estreno. Ni bien llegué a casa salí corriendo a buscar
a alguien con quien ir al cine, mis amigos no estaban, hasta llegué a
ofrecerles pagarle la entrada a unos vecinos que no eran mis amigos, pero ellos
no quisieron ir, así que no me quedo otra que ir solo. Tiene su encanto ver la
película en solitario. Al regresar a casa, mis padrinos ya se habían retirado y
mis padres estaban muy molestos conmigo, ya que me fui sin decir nada y eche a
perder el almuerzo familiar.
Algo interesante que me paso relacionado a
éste cine “Túpac Amaru”, fue lo que les cuento a continuación: estando en el
parque con un amigo, se nos acerca un señor del barrio y nos dice:”Oigan chicos
un favor, soy entrenador de un equipo de beisbol, y han ganado un torneo
metropolitano, pero no han venido todos los jugadores, así que, ¿qué les parece
si van con nosotros haciéndose pasar por los jugadores?, los van a premiar y
seguro les dan algún regalo”. Tardamos medio segundo en responder y fuimos al
cine en mención donde sería la entrega de premios. En ese momento, como parte
de la premiación se ofrecía una pelea de Cachas can, así que habían algunos
luchadores, Sandokan me dio la mano y fue el alcalde del distrito quien nos
entregó una copa mientras que el público nos ovacionaba. Yo levantaba los brazos
mientras todos nos aplaudían. El dueño
del cine nos entregó pases gratis por un mes, ese fue el mejor momento y el
mejor regalo de mi vida (hasta entonces), regalo que fue bien utilizado, hasta
el último día.
Algunos años después, bajó la afluencia de
público y el cine empezó a decaer, se convirtió en cine porno y luego los
domingos en iglesia evangélica. Luego vendieron una parte a una tienda de
electrodomésticos y últimamente y cerró definitivamente.
Desde este humilde blog le rindo un
homenaje a este emblemático cine, forjador de mi gusto por el sétimo arte.
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